5 de septiembre de 2013

-¿Usted ve lo que llevo alrededor del cuello?
-Una corbata.
-Muy bien. Su respuesta es lógica y coherente, propia de una persona absolutamente normal: «una corbata». Un loco, sin embargo, diría que yo tengo alrededor del cuello una tela de colores, ridícula, inútil, atada de una manera complicada, que termina dificultando los movimientos de la cabeza y exigiendo un esfuerzo mayor para que el aire pueda penetrar en los pulmones. Si yo me distrajera estando cerca de un ventilador, podría morir estrangulado por esta tela. Si un loco me preguntara para qué sirve una corbata, yo tendría que responderle: para absolutamente nada. Ni siquiera para adornar. La única utilidad de la corbata consiste en llegar a la casa y podérnosla quitar, dándonos la sensación de que estamos libres de algo que no sabemos lo que es. ¿Pero la sensación de alivio justifica la existencia de la corbata? No. Aún así, si yo pregunto a un loco y a una persona normal qué es eso, será considerado cuerdo aquel que responda: «una corbata». No importa quien dice la verdad, importa quien tiene razón.

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