18 de julio de 2015

Y así se despidió, sin decir nada, sin mover ni un milímetro de su cuerpo. Sólo sus ojos, su mirada atravesaba el espacio, aquel espacio que existía entre nosotros, aquel que no nos dejaba ser uno, atravesaba sus recuerdos, cada segundo juntos, cada día, cada mínimo recuerdo que se obligaba a olvidar. La primera vez que nos vimos en esa esquina de barrio, esos 10 o 15 segundos en los cuáles nuestros ojos se fundieron, se hicieron uno, nuestras miradas atravesaban todo, el aire, la distancia, el tiempo, todo. Tal como ahora, esa misma mirada, esos mismos ojos café que me miraban con un aire de perdón y otro poco de tristeza. Esos ojos que me hacían sentir un hormigueo en todo el cuerpo, que me daban escalofríos, que me recordaban a esa primera mirada que nos enlazó, ese primero de enero, primer día del año, primera vez que nos vimos y nos unimos para siempre. O eso creía yo...
Esos ojos... si les contara las miles de veces que los besé, que los observé con cuidado, recuerdo ese patrón en sus ojos, que se repetía una y otra vez, ese conjunto de formas y líneas, líneas color café, un café oscuro. Recuerdo la profundidad, parecía hundirme en ese mar de ternura que había en sus ojos, y llegaba a su alma, porque sí, el era una de esas personas que con solo mirarlas podemos ver su alma. Esa pureza, ese amor que transmitía con solo mirar. Ese mismo amor que hoy me daba, sólo que más viejo y más gastado, casi sin vida, pero que aún existía.
Esos ojos, los recuerdo enamorados, mirándome profundamente mientras nos amábamos, mientras le entregaba todo de mi. Me miraba, como dándome las gracias por amarlo, por volar juntos en esa cama, en esas sábanas, por fundir nuestros cuerpos en ese fuego del amor... ese que hoy se moría.
Y como olvidarlo ¡Dios! Como olvidar su piel, sus manos, su olor, su cuerpo, sus labios, sus besos, sus abrazos, su sonrisa, su amor, sus caricias, sus ganas de amarme, su silencio, su tristeza, su agonía, su llanto, su impotencia, su perdón, su furia, su ida... su mirada.


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